Pasa un poco como con esa camisa que te compraste para ir a la boda de tu mejor amigo. Ahí está, en el fondo del armario por si acaso un día te la vuelves a poner... Con las gafas pasa lo mismo, aunque, si tu vista no ha cambiado mucho no está mal guardar el último par de gafas como repuesto en caso de urgencia. ¿Quién no ha perdido alguna vez unas gafas en un tren, en la playa, o se le han roto tontamente? Y cuando ocurre, qué bien viene tener otro par para salir del paso.
Ya no te incordiarán más. Y, además, harán feliz a alguien que verdaderamente las necesita. Donar gafas es útil y una buena obra.